El viento soplaba frío, pero daba igual. Había que estar, porque hasta dentro de un siglo no habrá otra oportunidad. Y de eso eran muy conscientes quienes acudieron la tarde del jueves, 18 de mayo, a la llamada de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce para subir al Pinarillo y recordar, en la explanada de la Casita Blanca (el antiguo bar-merendero), el homenaje que los jóvenes poetas tributaron a Antonio Machado en ese mismo lugar el 18 de mayo de 1923.
Fue una hora especial, mágica, evanescente, en la que las coordenadas del tiempo y el espacio parecían confluir bajo la fronda de los pinos, el rumor de la tarde menguante y el imponente espectáculo de la ciudad vieja de Segovia, con sus casitas apiñadas al regazo de la Catedral.
Hasta ciento veinte personas recordaron en el Pinarillo aquel homenaje que Mauricio Bacarisse organizó para honrar a su admirado Machado, que en 1923 llevaba tres años y medio viviendo en Segovia. No tuvo mucho poder de convocatoria el joven vate entre los admiradores madrileños (solo lo acompañaron Pedro Salinas, Luis Fernández Ardavín, Juan Chabás y Rafael Romero Flores), pero los amigos y compañeros de Machado en Segovia hicieron posible el agradecimiento colectivo al maestro.
Hasta ciento veinte personas recuerdan en el Pinarillo, invitadas por la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, el homenaje que poetas y escritores tributaron a Antonio Machado el 18 de mayo de 1923 en ese mismo lugar
La Academia de San Quirce ha recogido, pues, el testigo de Bacarisse para repetir el homenaje, esta vez sin Machado presente y sin el merendero, pero sí con el entusiasmo de los poetas y escritores segovianos que participaron en la evocación. Los académicos de número Juan Antonio del Barrio y Carlos Álvaro coordinaron el acto. El primero dejó muy claro, en su presentación, el valor de la poesía como lenguaje «insobornable e instrumento de conocimiento», así como su «capacidad de placer estético», y el segundo narró los pormenores de aquel lejano 18 de mayo en el Pinarillo en torno al venerado poeta y un almuerzo a base de cordero asado de Sepúlveda y arroz con leche, «nada más y nada menos».
Acto seguido, fueron tomando la palabra los poetas Carmen Truchado, David Hernández Sevillano, Luis Llorente y Amando Carabias y los escritores Ignacio Sanz, Cristina Guerra y Maribel Gilsanz. Todos hablaron de su relación con el poeta, más allá del tiempo y de la influencia machadiana en su obra, inevitable, ineludible.
«Este acto demuestra que Machado sigue alumbrando la Academia y la ciudad», dijo Ignacio Sanz. «Machado ha dejado en todos nosotros una semillita y es imposible vivir en Segovia y no impregnarse de él», corroboró Maribel Gilsanz. «Ha sido como de la familia. Un gran amigo, Ricardo Riesco, que estuvo presente en aquel homenaje de 1923, era tío de mi madre. Tío Ricardo asumió más de una clase de Machado en el Instituto cuando el poeta se desplazaba a Madrid», contó Cristina Guerra. «La grandeza o el gran aporte de Machado a la poesía española moderna es el símbolo, la capacidad de sugerir el símbolo, de optimizarlo, de perfilarlo: la tarde, el olmo, el álamo, la fuente, el camino, el río… Ningún otro poeta pronuncia esas palabras como él», afirmó Luis Llorente. Y concluyó Amando Carabias: «Su influjo, su sombra o su presencia han acompañado mi quehacer; sus versos han sido una de las constantes de mis letras, aun a sabiendas de que son aves de altos vuelos y los míos, pájaros de asfalto, aun a sabiendas de mi torpe aliño literario». Unos y otros leyeron textos propios inspirados o relacionados con el autor de Campos de Castilla.
El broche lo puso el profesor Jesús Hedo, que recitó el poema En tren. Flor de verbasco, pieza entonces inédita que Machado leyó aquel día delante de sus amigos madrileños y segovianos. «Machado barajó otros textos que recitar, pero se decantó por este poema porque, con él, quiso decirles lo que pensaba de la poesía y de la naturaleza y que había que escribir contando siempre con los demás», explicó Juan Antonio del Barrio. «Yo no soy escritor, sino lector; y no me jacto de lo que he escrito, sino de lo que he leído», introdujo Hedo. Su voz cerró la tarde:
«Lejos quedó la amarga primavera de la alta casa en Guadarrama frío»