El busto en piedra rosada de Sepúlveda de Antonio Linage Revilla (1905-1939), quien fuera vicepresidente provincial en los meses previos al comienzo de la Guerra Civil, ya está expuesto en la galería de la Diputación de Segovia. Es obra del escultor sepulvedano Emiliano Barral y lo ha donado Antonio Linage Conde, académico de mérito de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce y cronista oficial de Sepúlveda, dando así cumplimiento a su propia voluntad y a la de su padre, que en la Diputación vivió una de sus etapas más felices.

La cabeza de Linage tiene su historia. Realizada por Barral en 1934, se expuso por primera vez tres años después en el pabellón de la República española de la Exposición Internacional de París, la misma para la que había sido encargado el Guernica, de Picasso. Las circunstancias políticas del momento impidieron que las obras fueran devueltas y quedaron almacenadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde permanecieron olvidadas más de cincuenta años. De hecho, el fragmento de nariz que falta en el busto es achacable a ese abandono, así como la suciedad y las manchas de cera que presentaba. Fernando, hijo de Barral, entregó la escultura a Linage ya en los años ochenta. Tras su limpieza, los expertos concluyeron que se trataba de piedra rosada de Sepúlveda, aunque más asalmonada de lo normal y más compacta y tenaz.
De este busto hay una versión en bronce con la firma del artista, de lo cual se deduce que fue sacado del realizado en piedra, no en escayola, como era lo habitual
La importancia de la obra dentro de la producción de Emiliano Barral es incuestionable, pero también su vinculación sentimental con la Diputación, pues Linage Revilla alcanzó la vicepresidencia de la institución durante la convulsa primavera de 1936. «Una escultura, un cuadro, puede valer más o menos dinero, pero este honor que la Diputación nos hace a mi padre y a mí no tiene precio. ¿Por qué? Sencillamente, porque yo creo que este es su sitio, porque está donde debe estar. No sé objetivamente si la Diputación se ha excedido o no al aceptarla y darme este tratamiento, pero, en cualquier caso, desde mi punto de vista, está donde debe estar», dijo Linage Conde en el transcurso de un sencillo acto que escenificó la entrega.

«Dos protagonistas de aquellos tiempos convulsos, que llegaron a ser presidentes del Consejo de Ministros, Gil Robles y Chapaprieta, publicaron sendos libros sobre la Guerra Civil. El del primero se llamaba La paz no fue posible y el del segundo, La paz fue posible. Yo no voy a dar aquí una lección de historia contemporánea, pero sí voy a decir una cosa: en los tiempos de la preguerra había remansos de paz, y uno de ellos era la Diputación de Segovia», añadió Linage Conde, que destacó la importancia de que el busto sea obra de Emiliano Barral, sepulvedano como su padre e íntimo amigo de la familia. «El escultor se complacería de ver esta escultura en la Diputación de Segovia, porque el tiempo que Barral pasó en Italia, pensionado por la Diputación, fue decisivo para su trayectoria», afirmó.
«En los tiempos de la preguerra había remansos de paz, y uno de ellos era la Diputación de Segovia»
Antonio Linage Conde
Por su parte, el presidente de la Diputación, Miguel Ángel de Vicente expresó el «honor» y la «satisfacción» que supone recibir la obra y recordar con ella «la relación que siempre ha tenido la institución provincial con los artistas segovianos, posibilitando muchas veces que, a través de sus becas, hayan obtenido reconocimiento más allá de los límites provinciales».

Linage Conde, visiblemente emocionado por todo lo que significaba este acto para él, estuvo acompañado por el vicedirector de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, Juan Luis García Hourcade, y los académicos numerarios Susana Vilches y Carlos Álvaro. También asistió el diputado de Cultura y vicepresidente de la Diputación, José María Bravo.
Antonio Linage Revilla, abogado y procurador, culto, liberal y convencido militante de Izquierda Republicana, destacó por levantar la voz contra la injusticia, el caciquismo y la difícil situación de los obreros. Creyó en la II República y en el mejoramiento de las condiciones de vida de los humildes, pero acabó perdiendo. Cuando estalló la guerra estaba en Madrid y ya nunca regresó a su Sepúlveda natal. Aquel hombre moreno, corpulento y rebosante de ideales murió joven, víctima de una tuberculosis contraída en el frente. Su cabeza ya está en la Diputación, lugar donde fue feliz.