El 45º Curso de Historia de Segovia concluyó este viernes, 10 de mayo, con una magnífica exposición de Eduardo Martínez de Pisón, profesor de Geografía Física de la Universidad Autónoma de Madrid y Premio Nacional de Medio Ambiente en 1991, cuyos estudios sobre los recursos naturales de la Sierra de Guadarrama sirvieron de base para la declaración, en 2013, del Parque Nacional del Guadarrama. Precisamente, Martínez de Pisón habló del Parque Nacional, de su dilatado proceso de gestación, de los valores que entraña y los objetivos que persigue.
«El Guadarrama fue Parque Nacional por sus propios valores. El Guadarrama es como don Quijote, que estaba molido a palos y todavía tenía ganas de salir; porque ha aguantado muchos palos y ha mantenido las cualidades naturales indispensables para ser declarado Parque Nacional. Tenía destrozos, los tiene aún, pero no era un lugar destrozado. Los bruscos desniveles protegen la Sierra. La Sierra se ha protegido a sí misma. Si todavía a principios del siglo XX albergaba bandoleros es porque siempre se ha protegido a sí misma, pues ha sido un obstáculo para las comunicaciones entre ambas mesetas», dijo el profesor.
Paisajes magníficos
Martínez de Pisón se recreó en la descripción del paisaje guadarrameño, un «mundo perdido, oculto, dentro de la montaña», empezando por las rocas, «unas rocas magníficas, viejas, que son las mismas que hay debajo de los depósitos de la Meseta y que la tectónica ha levantado en grandes bloques, luego modelados en el Terciario y el Cuaternario y de vez en cuando recortados por enclaves de granito, como el de la Pedriza, el de Siete Picos, el de otros tantos, que afloran creando unos paisajes torreados absolutamente magníficos, porque el gneis tiende a dar paisajes redondeados. Esos paisajes torreados, con sus callejones, sus agujas y sus abismos «son también un elemento característico de la Sierra».
En una excelente lección de Geografía Física, el profesor señaló que el Guadarrama tiene altitud suficiente como para ser alta montaña, aunque en pocos tramos. Uno de ellos, el mejor de todos, debido a la altitud que consigue, es Peñalara, modelado por los glaciares del Cuaternario, que dieron lugar a formas abruptas, a la manera de circos, que homologan estos espacios de la Sierra a los paisajes glaciales de todas las grandes montañas del mundo. «La Sierra de Guadarrama tiene esas características. Y tenía y tiene de vez en cuando un invierno capaz de crear paisajes polares en la parte superior, con la cencellada que azota los riscos de Siete Picos y crea esos paisajes extraordinarios colgados en la altitud».
A partir de ahí se despeñan las aguas, desde cualquiera de las cascadas, «porque la Sierra, levantada en bloque, todavía no ha limado las asperezas propias de su vieja tectónica y tiene escarpes que cortan el curso de los ríos, que se adaptan a los altos y crean una aureola de cascadas magníficas y acogedoras». Y, abajo, las amplias laderas de la montaña, los bosques y los inmensos paisajes del «soberbio» pino silvestre, que alcanza en Navafría, en Valsaín y en el Pinar de los Belgas un nivel extraordinario para la latitud en que se encuentra la Sierra.
Amar la Sierra
«En resumen, desde las crestas de Peñalara, pasando por los circos, por el matorral de altitud, por los bosques de la ladera, hasta los ríos, en vertical… todo esto es el Guadarrama, todo esto ha aguantado, todo esto es la base del Parque Nacional, hábitat de una fauna extraordinaria de buitres, cabras montesas e incluso lobos, que han vuelto a la Sierra de una manera espontánea», dijo Martínez de Pisón, que animó a entender y amar la Sierra en su conjunto: «No hay sierra de Madrid ni sierra de Segovia, hay Sierra de Guadarrama».
El público, que llenó el Aula de San Quirce para escuchar la lección, premió a Martínez de Pisón con un prolongado aplauso. El profesor y académico Nicolás Ortega Cantero clausuró después el curso, íntegramente dedicado a la Sierra de Guadarrama, que ha coordinado junto al también académico Juan Manuel Moreno Yuste.