Aventuras de un cantalejano universal

En 1711, en el gélido invierno de Madrid, el hermano coadjutor Felipe Frutos, soldado en las guerras de Cataluña en la década de 1690, jesuita en la Barcelona convulsa de comienzos del siglo XVIII, se sentó a escribir su vida, aunque sin esperanzas de verla publicada. ¿Por qué tomó la pluma? Para quien había sido un pequeño y pícaro campesino de la región de Segovia, las experiencias se habían acumulado y su protagonismo se había paseado de España a Nueva España, de Cataluña a Italia. De barco en carruaje o al lomo de mula, había vivido insólitas aventuras en tiempos de miseria y frío, mil facetas que se plasman en una escritura con un estilo muy propio.

El Aula de San Quirce ha acogido la presentación del libro que recoge el estudio y la edición de los escritos del intrépido Frutos, nacido en Cantalejo en 1674, preparados por Thomas Calvo, profesor emérito de la Universidad de París Nanterre y profesor de Investigación del Colegio de Michoacán (México). Gracias a la colaboración entre la Casa de Velázquez y el Colegio de Michoacán, el libro, que forma parte de la colección Sources (Fuentes) de la Casa de Velázquez, es una realidad, y ya puede adquirirse en las librerías segovianas. En la presentación intervinieron Antonio Álvarez-Ossorio, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Madrid y director de Madrid Institute for Advanced Study (MIAS), y Luis González Fernández, director de Estudios para las Épocas Moderna y Contemporánea de la Casa de Velázquez.

¿Quién fue Felipe Frutos?

Hijo de un carpintero cantalejano, Felipe Frutos fue soldado en las guerras catalanas de la década de 1690 y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús desde 1701. Vivió en Barcelona entre 1701 y 1705, antes de cruzar el océano. En 1710 regresó a Europa (España, Francia e Italia) para acompañar al procurador enviado por esta provincia a Roma en el momento del conflicto entre Felipe V y el papa Clemente XI. De vuelta a Madrid, redactó en unos pocos meses, entre 1711 y 1712, un testimonio que combina el diario con la autobiografía.

En palabras de Álvarez-Ossorio, se trata del relato de una vida en el que se aprecia un notable esfuerzo en la escritura. El autor redactó su diario pensando en el lector, aunque sin esperanzas de ver la obra publicada. Más de tres siglos ha tardado en ver la luz.