Iris de la noche (dedicado a Valle-Inclán)
Hacia Madrid, una noche,
va el tren por el Guadarrama.
En el cielo, el arco-iris
que hacen la luna y el agua (…)
Los poemas de Nuevas canciones que aluden a la sierra de Guadarrama son casi los mismos en que el poeta se refiere al tren. Algunas excepciones son el poema de la sección IV de «Hacia tierra baja», en el que aparece el tren hacia el puerto de Sanlúcar; o el poema de la sección IV de «Viejas canciones», con el que se cierra la edición de Nuevas canciones, a partir de 1928; también «Campo», dentro de «Canciones de las tierras altas». En otros está presente la sierra y no el tren («El amor y la sierra», de «Glosando a Ronsard y otros poemas»).
También coinciden tren y sierra en los poemas anteriores al poemario y, sobre todo, en los posteriores.
En algunos poemas no sabemos a qué sierra o cuáles son los montes a los que se alude, como por ejemplo, en «Apuntes para un estereoscopio lírico» (secciones V y VI), lo que no impide que el paisaje serrano, agreste y mágico, sea el escenario donde suceden los hechos y donde se desencadena la inspiración poética.
Hay otros poemas en que se cita la sierra, pero de otros lugares: por ejemplo, la 1ª sección de «Tierra de olivar» se ambienta en Sierra Morena; o el poema «De camino», perteneciente a «Canciones de tierras altas», donde protagonistas son el Urbión y el Moncayo, al igual que los montes de Soria en «Soria pura, cabeza de Extremadura».
La primera alusión directa al Guadarrama en Nuevas canciones es en el ya citado poema «Campo», donde la sierra es visible desde la ermita:
Lejos relumbra la piedra
del áspero Guadarrama./
Agua que brilla y no suena.
Antes se ha descrito la ventana abierta de la ermita en el campo, «sin ermitaño». El poema establece en sus brevísimas estrofas un paralelismo semántico: en la ermita no hay ermitaño; de la sierra se ve el agua brillando, pero no suena en la distancia; por último, en el soto próximo, los álamos no tienen hojas. La condición de imperfección o de no plenitud de los tres elementos (ermita, agua del río serrano y álamos) deja el poema en suspenso. ¿Qué ermita serviría de inspiración al poeta? Tal vez, alguna próxima a Segovia y visitada en alguno de sus paseos desde la ciudad.
En el poema siguiente, «Iris de la noche», cuyos versos iniciales hemos inician este texto, el yo poético narra varias visiones simultáneas, de varios pasajeros, durante su viaje en tren hacia Madrid, empezando por lo que ve él: parece ser el único que disfruta del «iris de la noche», fenómeno pocas veces observable (sobre todo se produce en noches de luna llena y tras un crepúsculo o amanecer húmedos o neblinosos). A la vez el poeta se fija en las distintas actitudes de los pasajeros: el niño, recostado en la falda de la madre, ve todavía el verdor del campo, los árboles y las mariposas doradas, es decir, aun creciendo en el viaje necesario de su vida, todavía querría quedarse jugando en una infancia eterna; no ha caído la noche para él ni tampoco en el transcurso del día. La madre –»ceño sombrío / entre un ayer y un mañana»–, ve su inmediato pasado en el pueblo y su miseria, de la que está, seguramente, escapando, en un éxodo irreversible. Hay un viajero que «debe ver cosas raras», habla solo y tiene la capacidad de «borrar» con la mirada a quienes mira: es una casi segura personificación de la muerte, que, en efecto, viaja en nuestro mismo «vagón», porque pertenece y pertenecerá a nuestra propia experiencia vital. El yo poético, además de quedar admirado con el «iris de la noche», sueña con otros montes (tal vez, los de Soria, recordando a Leonor).
Culmina el poema en forma de plegaria a Dios (aunque «señor» aparezca con minúscula): primero, reconociendo que es él quien ve el interior de la persona («las almas») y quien ha dado a las personas la capacidad de ver (y por tanto, afirmando que es su creador); y segundo, pidiéndole directamente saber si podremos ver su rostro al final de nuestras vidas («un día»). Por tanto, este es un poema en el que todos los pasajeros del tren ven algo, pero quisieran, además, ver o sentir otras cosas: el niño, ya casi de noche, sigue queriendo ver el día o su niñez; la madre, viendo aún la miseria vivida, quiere ver su futuro mejor; el yo poético ve y goza el fenómeno del «iris» nocturno, pero querría ver los montes donde vivió su amor; el «trágico viajero» ve algo extraño y parece querer «borrar» a los demás con su mirada; finalmente, todos, recogidos en la voz del yo poético que los observa, quieren saber si el rostro de Dios es el destino humano al final de la vida. Es como si la contemplación del «iris de la noche» hubiera despertado, desde las realidades personales, los deseos más intensos. Como vemos, es un poema en el que se plasma la inmensa capacidad del poeta para observar, intuir y retratar la realidad y los sueños de los demás y los suyos propios, con una autenticidad y una sencillez impresionantes.
En ese sentido, convertido el viaje en tren en un símbolo de la vida y de nuestras actitudes en ella, también es un poema entre lo existencial y lo social.
Nuevas canciones es un poemario donde se registran y analizan muchas actitudes humanas; y también está lleno de homenajes, en cuyos versos se estudian y se celebran actitudes que al yo poético le han orientado o ayudado, las que no ha podido por menos que testimoniar. De ahí que, lejos de ser Nuevas canciones un conjunto de textos de circunstancias, nos lleve a los valores más profundos del poeta, a sus convicciones y preguntas más íntimas, a su modo pleno de ver la vida.
En «Canciones de varias tierras» el yo poético parece recoger una especie de geo-biografía, al mezclar en versos tan próximos el mar con la «sierra florida» (I); como en XIV recrea la experiencia de bailar en la fiesta del pueblo soriano de Valonsadero, como imagina que en un futuro próximo, desde la Pampa argentina, añorará también los páramos del Duero. Su sentimiento de amor y de pérdida es un ancla eterno que le sujetará el alma, vaya donde vaya.
Hay otros poemas donde la sierra aparece como símbolo de lo complejo de la existencia, simbolizado en la frialdad y el aspecto agreste de la roca; por ejemplo, «El amor y la sierra». Por la sierra del Guadarrama y sus recodos huirán los amantes en el sueño poético de «Canciones a Guiomar» (ya perteneciente a De un cancionero apócrifo). Sin embargo, en el poema dedicado a Azorín se contrastan la visión dura y la amable de la sierra («aborrascado monte o selva huraña» se opone a «lueñe espuma de piedra, la montaña»).
La sierra del Guadarrama fue protagonista de la visión infantil y adolescente del poeta, conocida y estudiada en sus excursiones didácticas desde Madrid, acompañado de sus profesores de la Institución Libre de Enseñanza (CIV). De ahí que la sierra sea el lugar donde imagina el descanso para su Giner de los Ríos (en el poema elegíaco, CXXXIX, de Campos de Castilla).
También el Guadarrama se convierte en una invitación explícita a volver al paisaje y a la naturaleza como experiencia vital irrenunciable, como en el poema «En tren. Flor de verbasco». En él, el yo poético ofrece al lector (y a los poetas vanguardistas que le visitaron en mayo de 1923 en Segovia), además de su conocimiento y saber de la sierra de Guadarrama, su capacidad de ponerse en el lugar de los demás (como en el de los enfermos del hospital para tuberculosos, próximo a la línea de ferrocarril en la que viaja).
Juan Antonio del Barrio
- Los actos conmemorativos del centenario de la publicación de Nuevas canciones se celebrarán el 7 de septiembre, conforme a un programa diseñado por la Real Academia de San Quirce. Entre ellos hay un recitado continuado del poemario. Si quieres participar, debes comunicárselo ya al académico Juan Antonio del Barrio, al correo juancho.barrio@gmail.com. Él te asignará el poema que has de recitar.