Instituto Cervantes, 15 de octubre de 2024
Sr. Director del Instituto Cervantes, D. Luis García Montero; Sr. Director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, D. Pablo Zamarrón; Sra. Directora General, Dª Raquel Caleya; Sra. Directora del Centro Asociado de la UNED en Segovia, Dª María Dolores Reina; Juan Manuel Moreno, compañero en esta presentación, compañeros de Academia, autores del libro, queridos amigos.
Estamos muy satisfechos y agradecidos por tener esta oportunidad de presentar este libro en lugar tan emblemático como el Instituto Cervantes. Estamos seguros de que las personas de las que se habla en le libro, allá en la estrella que habiten esbozarán una sonrisa de complacencia al ser recordados aquí, en esta institución que representa los valores de la lengua y la cultura españolas con un sentimiento de universalidad.
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Era Segovia una ciudad de unos quince mil habitantes en esas primeras décadas del siglo XX, como nos dejó dicho el historiador y Académico, Ángel García Sanz, en su intervención durante el Congreso celebrado el año 2004, centenario del nacimiento de María Zambrano. Señaló entonces el profesor García Sanz que Segovia era “una reliquia histórica, desconectada en el tiempo”, con una economía en decadencia, con un número bajo de obreros y un padrón de pobres abultado. Hasta los herederos de la pequeña nobleza habían visto reducida a mínimos su posición social y económica. Sin embargo, por paradójico que parezca, las profesiones liberales: médicos, abogados, profesores y artistas estaban al alza. “Grupo no muy numeroso, apuntó Ángel García Sanz, pero influyente en ideas en la medida en que venían de otros lugares y se dieron cuenta que debían poner su empeño en conseguir cambiar la deriva decadente.” Pueden leer el estudio detallado en Pensamiento y palabra, el libro editado por la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce y publicado por la Junta de Castilla y León en 2005, pues ahí se muestra el contrapunto de la ciudad que quisieron despertar según la metáfora acuñada por algunos de los intelectuales que fueron llegando a orillas del Eresma. Hasta el escritor canario Benito Pérez Galdós, de viaje a la ciudad, mirando al acueducto, dejó constancia en 1889, a sus lectores argentinos a los que enviaba crónicas quincenales de la España restauracionista, de que “el tiempo ha gastado las aristas de los sillares volviéndoles romos”, mas, enseguida, dejó constancia de que el acueducto es “un gigante que no ha desmayado un solo día en su secular tarea y que, por las trazas, parece dispuesto a seguir desempeñándola todavía por no sabemos cuántos siglos más.”
Pues, efectivamente, esa doble experiencia: la del tiempo que desgasta las aristas de la piedra y la constatación de la robustez del monumento, parecieron impulsar a esos grupos de personas que García Sanz situaba entre las profesiones liberales, a emprender una tarea de renovación. La Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, de carácter ilustrado como es bien sabido, había sido refundada al comenzar el último cuarto del siglo XIX. En el libro de José Manuel Valles que se acaba de mencionar, tienen una muestra de las aportaciones que habían iniciado en todos los campo de la cultura y también en la renovación del urbanismo. Seguía viva al comenzar la segunda década del siglo como muestra la reunión de la Junta General Extraordinaria que se celebró en 1911 para impulsar los estudios en Taquigrafía y Mecanografía con objeto de mejorar la formación de jóvenes y poder así incorporarse a las, como señalaba la memoria, “útiles aplicaciones que en la vida moderna” tienen. Para esa fecha había llegado ya a Segovia Blas Zambrano, si bien nacido en la Baja Extremadura, se había curtido, primero, en las luchas obreras de los mineros de la zona onubense de Río Tinto, luego hacia finales de siglo, lo hizo ya en Granada, donde se acentuó la crisis de la clase obrera al dejar de llegar los productos cubanos y filipinos. Formado en la Unión Republicana de Salmerón, había pasado por Madrid el otoño de 1908 en el grupo de María de la Rigada, catedrática de la Normal madrileña, de excelente formación. Su llegada a Segovia supuso un empuje al magisterio, y ello coincidió con las primeras iniciativas para impulsar la Segovia dormida, como la describiera años después Agustín Moreno, con el ánimo de que despertara y se pusiera a tono con la robustez del monumento que la presidía. Ahí fueron sumando personas y proyectos culturales, y algunos empresariales como el de la catalana fábrica de Klein y otros que han sido estudiados con detalles por historiadores segovianos. Sin duda, bien conocida es la fundación de la Universidad Popular sobre la herencia de la Sociedad Económica que mostraba signos de agotamiento. Fue el mayor de los impulsos con un radio de acción que se fue ampliando a pueblos de la provincia. El proyecto vio la luz en 1919 junto con la fundación de la Sociedad Filarmónica Segoviana, nacida un año antes. Eran signos de revitalización, impulsados por profesores del Instituto, por algunos funcionarios de la ciudad, por periodistas y por los propios medios de comunicación, por editores como Carlos Martín, por maestros y maestras que salían de las dos Normales que existían en la ciudad, la de maestros desde 1914 y con la cercanía del impulso que proyectaban intelectuales desde Madrid y, sobre todo, desde la Residencia de Estudiantes. Seguramente la resurrección económica tuvo un devenir más lento pero la vida cultural tuvo un resurgir lleno de vitalidad lo que propició una década en la cual Segovia participó activamente y no tan minoritariamente como se ha dicho. Que Ortega propusiera o aceptara la presentación de la Agrupación al Servicio de la República en aquel febrero de 1931 con Marañón, Pérez de Ayala en el segoviano teatro Juan Bravo, el mismo en que había dado una conferencia Miguel de Unamuno en 1922, era signo de que Segovia se había dotado de prestigio en el ámbito intelectual y de vitalidad en el ámbito social.
Pues, básicamente, en ese periodo coincidieron en Segovia personas nacidas en la propia ciudad o en pueblos de la provincia con personas que eligieron Segovia para su actividad profesional. El diccionario que coordinó Juan Manuel Moreno, como acaba de decirse, reúne unas 225 entradas, un buen número para esa ciudad que era pequeña y venida a menos pero que buscaba resurgir con el impulso de estas personas. Es bien sabido que corrieron suertes muy dispares. Casi todos sufrieron alguna suerte de depuración, larga en los casos más desfavorables, algunos algo más breves pero todos fueron marcados. De entre ellos comprobamos que había personas que hubieron de compartir el exilio, es decir, salir de España. “Expelidos” del propio huerto fue la expresión utilizada por Pablo de Andrés Cobos, padre de Soledad de Andrés recientemente fallecida que guardó fielmente el legado de su padre, aquel testigo que luego pondría a José Luis Abellán y a las personas de la “Ínsula” de José Luis Cano en la pista de quienes habitaban otros países y otros paisajes.
Cuando alguien se apropia de la verdad y fija el canon, su verdad, sea en nombre de la teología o de la ciencia –pues científicas se creían las concepciones sobre la superioridad de una raza sobre otra o de una ideología sobre otra–, y funda sobre cualquiera de ellas la legitimidad –ilegitimidad en este caso– del orden político –basado en la fuerza, también en este caso– el exilio es inevitable. Todo queda roto, hacia fuera, entre los que se quedan y los que son obligados a salir, pero, también, entre los que quedan dentro. Esta es la experiencia que nos dejó la guerra civil española. Recordábamos en Segovia hace unas fechas este fragmento de la carta de Antonio Machado a María Zambrano escrita a finales de 1937:
Diga a su padre, mi querido Don Blas, que lo recuerdo mucho, y siempre para desearle toda suerte de bienandanzas y de felicidades. Dígale que hace unas noches soñé que nos encontrábamos otra vez en Segovia, libre de fascistas y de reaccionarios, como en los buenos tiempos en que él y yo, con otros viejos amigos, trabajábamos por la futura República. Estábamos al pie del acueducto, su papá, señalando los arcos de piedra, me dijo estas palabras: “Ve Ud., amigo Machado, cómo conviene amar las cosas grandes y bellas, porque este acueducto es el único amigo que nos queda en Segovia”.
Claro, cuando a uno no le queda más amigo que el acueducto el exilio está al caer. Mas es verdad, también, que el acueducto permanece en su lugar.
Este libro trata de completar el camino y mostrar que es posible volver del exilio, física o espiritualmente. Ello requiere conocer el camino completo que recorrieron aquellos a quienes solo les quedó el acueducto como amigo, desde Segovia a los países de sufrimiento en ocasiones, pues muchos perecieron en campos de concentración; o bien de acogida como fue el caso de quienes pudieron desarrollar lo aprendido en la ciudad de aquel acueducto, en países de la América hermana, México principalmente pero, también, República Dominicana, Ecuador, Argentina, Chile… Y recuperarles del exilio, es decir, completar el camino e incorporarlos a la España democrática que, por definición, excluye que alguien pueda apropiarse de la verdad de la patria. Y les recuperamos enriquecidos, pues allá siguieron la labor emprendida en Segovia y la completaron. No desapareció el sufrimiento, pero todos ellos abogaron por crear una cultura que evitara futuros exilios, un modelo de razón, como diría Zambrano en sus Memorias, que no fuera excluyente, que incorporara a quienes la historia había convertido en heterodoxos y, sin embargo, formaban parte de nuestras entrañas.
En este libro encontrará el lector todos los secretos de quienes compartieron, en aquellos años de las décadas segunda y tercera del siglo pasado, la Segovia presidida por el acueducto, el gigante que no desmaya pero cuyos sillares el tiempo había redondeado, y que ellos se propusieron mantener ajustados aunque , luego, hubieran de padecer exilio para salvar la vida. Esos secretos fueron guardados por personas sencillas, varias decenas de segovianos, niños, mayores y ancianos, mujeres y hombres, de oficios sencillos: cocineros, enfermeros, peluqueros, sastres, agricultores… que cayeron en los campos de internamiento franceses, sufriendo toda clase de calamidades, pasando después a los alemanes tras la toma de París en junio de 1940 donde fallecieron la mayoría de ellos. Santiago Vega Sombría que lleva años rastreando bases de datos, archivos, etc. ofrece una muy documentada información de vidas truncadas en la propia Francia y en Alemania, pero también en la Unión Soviética e incluso en América pues no todos fueron a universidades. Ahí pueden acceder a testimonios que dejan en el lector actual un sentimiento agudo en el alma. El anexo añade los nombres de muchos de ellos con sus lugares de nacimiento, militancia política o sindical, fecha de fallecimiento… Y entre ellos, Diego Conte, sepulvedano en ejercicio, estudioso atento de aquella experiencia francesa, ha recuperado la memoria de Fermín Cristóbal, funcionario de la Diputación y periodista en aquellos periódicos que editara Carlos Martín, cuya vida se extinguió en el duro campo de Dachaus, allá cerca de Munich, pocos días antes de la liberación. Su hijo Buenaventura Cristóbal Roigé, a sus 83 años nos ha dejado un libro titulado Castillo de Galeras. Rejas en la adolescencia (1936-1945), testimonio de un hijo de represaliados que nos habla de sus miedos en aquellos años. Su familia mantiene ahora para ellos y para nosotros el recuerdo vivo de aquel sacrificio.
De los nombres más reconocidos por su profesión y por figurar en los libros, por haber ellos mismos escrito un buen número de ellos, cuatro fueron profesores del Instituto de Enseñanza Secundaria en la ciudad en distintas etapas, pero cubrieron la década de los veinte: Antonio Machado, Rubén Landa, Antonio Jaén, Leonardo Martín Echeverría. Los capítulos los cubren por su orden, Luis García Montero, Modesto Miguel Rangel, recientemente fallecido, José Manuel Valles y Leoncio López Ocón.
Luis García Montero, director del Instituto Cervantes que hoy nos acoge, nos presentó un diálogo entre poetas, poeta él mismo, con el gran Antonio Machado cuya figura fue bien recordada al presentar la edición de Nuevas Canciones el pasado 7 de septiembre en la sede de la Academia segoviana. Fue seguramente en Segovia donde su poesía alcanzó esa fuerza por la cual el verso, ajeno a todo esteticismo de florero, se convierte en valuarte defensor de los derechos humanos y no fue casual que el propio Machado formara parte de la Liga Española para la Defensa de los Derechos del Hombre (1922) con Unamuno de presidente y junto a Blas Zambrano, maestro regente en Segovia durante esos años.
Modesto Miguel Rangel, profesor que ha ejercido en Extremadura, ha sido un gran estudioso de la figura de Rubén Landa, vinculado a la JAE, profesor en el Instituto de Segovia unos cuantos años en los que dejó profunda huella y durante los cuales tradujo la obra del alemán Schulten, “Cauca, una ciudad de los celtíberos” que se publicó en la editorial de Heraldo Segoviano del nunca suficientemente reconocido Carlos Martín. Intelectual de reconocida talla, contribuyó en México a la fundación del Colegio Luis Vives y es autor de una extensa obra sobre Giner, sobre Cosío y sobre el propio humanista español del siglo XVI.
Antonio Jaén, estudiado por José Manuel Valles, profesor durante años en el Instituto María Moliner de Segovia, dejó una obra historiográfica importante sobre Enrique IV, fue profesor de María Zambrano a quien enviaría una esquela con motivo del fallecimiento de Ortega, recuperada por el propio profesor José Manuel Valles, y gozó de gran prestigio en Ecuador y Costa Rica. Aún tendría la oportunidad de hablar en San Quirce a mediados de los años cincuenta en un viaje corto a España.
Y con ellos Leonardo Martín Echeverría, enorme geógrafo, según explica con detenimiento el investigador del CSIC, Leoncio López Ocón, autor que fue de textos de referencia, de uno cuyo título aún hoy conmueve: “Nuestra patria”, publicado en plena guerra y textos del periodo mexicano que se han reeditado hasta fechas recientes. Por Leoncio López Ocón sabemos de la vigencia de este geógrafo español en México hasta nuestros días.
Quién no ha comentado los personajes de Encarnación Aragoneses, conocida por su nombre literario, Elena Fortún. Sin embargo, no ha solido ser incorporada con quienes sufrieron exilio o no lo ha sido hasta fechas recientes. A Segovia, sus paisajes y sus gentes estuvo ligada esta escritora de culto, creadora de personajes entrañables pero, sobre todo, cultivadora de una literatura amable, sin renuncia alguna al fuerte compromiso político y moral. En Ortigosa del Monte guardan un recuerdo entrañable, como en Abades o en la propia ciudad. María Victoria Sotomayor, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, es la autora del capítulo donde se da cuenta del choque que le produjo la Segovia con la que se encontró al regreso de su exilio en Argentina a finales de los años cuarenta. Hoy es posible leerla con todas las claves que sus relatos esconden. Y es la muestra de la riqueza de esa literatura que se dice dirigida a niños y jóvenes pero que, en verdad, está dirigida a todos.
Nicolás Ortega, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, pertenece a una escuela bien reconocida por sus estudios del paisaje en su dimensión científica y literaria, humana, en definitiva. Dedica un estudio detallado a Constancio Bernaldo de Quirós, penalista, estudioso de los bajos fondos y creador de esas rutas que hacen del viaje a la montaña un viaje íntimo y con horizontes enormes al mismo tiempo. Su nombre estará siempre vinculado al Peñalara y a un excursionismo culto y humano, capaz de apoyar el conocimiento científico de la montaña sin perder esa fuerza que encontraron los institucionistas en el paisaje. Gozó de enorme prestigio en República Dominicana y en México. Durante las sesiones en San Quirce contamos con la presencia de Margarita de la Villa, discípula suya en México y eso añadió un testimonio bien enriquecedor.
La atención a la educación estuvo en el centro de las actividades de estos intelectuales, profesores, inspectores, maestros. Segovia puede enorgullecerse de haber sido durante aquellos años uno de los centros más activos en esta tarea. Sin duda, dos impulsores de la renovación educativa vivieron en Segovia unos catorce años: Emilia Elías y Antonio Ballesteros. Su impulso a proyectos que han perdurado, que fueron incorporados al valor que consideraron tenía la educación: Colonias escolares, la Escuela del Hogar, Centros de Colaboración Pedagógica, fueron desarrollados durante esos años. Carlos de Dueñas, profesor durante años en el Instituto emblemático de este grupo que hoy lleva merecidamente el nombre de Mariano Quintanilla, ha dedicado años al estudio de este matrimonio, esencial en la educación segoviana en cuya ciudad también sufrieron alguna decepción. Su prestigio en México, lejos de disminuir, aumentó por su vinculación a la UNAM.
Los Carretero, Luis, padre, y el hijo, Anselmo, forman parte de la historia segoviana bien conocida por estudiosos y por muchas personas que han pertenecido al núcleo de la ciudad. Ambos fallecieron en México. Sus reflexiones sobre los pueblos de España y textos como La cuestión regional de Castilla la Vieja, Segovia, 1918 del padre y La integración nacional de las Españas (1957), La personalidad de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos (1962) que lleva un prólogo de Pedro Boch Gimpera titulado “Cataluña, Castilla, España” fueron textos de cabecera en los primeros años de la transición. En este último que Boch Gimpera aboga por el término “unión” frente al término “unidad” pues aquel hace referencia al proceso de construcción mientras este recuerda una realidad supuestamente dada en un origen esencial, poco compatible con la historia. Jaime Hervás, estudiante de Doctorado de la UAM fue el encargado de mostrar con buen espíritu de investigador fino todas las claves de ambos segovianos.
Seguramente hay en el libro un capítulo que aúna el rigor en la información con el sentimiento de la cercanía a quienes protagonizan el capítulo dedicado a “Los diferentes exilios de los hermanos Barral López”. Antonio Linage y Lope Barral, hijo de Alberto Barral, nacido ya en Argentina, dedicaron su exposición a una tan entrañable como documentada exposición sobre los Barral. No podía ser de otra manera. Sabemos que Emiliano falleció tempranamente en Madrid, pero su familia pasó al exilio, algunos a Argentina con el apoyo de Fernando Arranz, el ceramista cuñado de Emiliano, quien se había desplazado al cono sur americano a finales de los XX. Ambos consiguieron, y así está expresado en el texto de este libro, hacernos partícipe de una obra escultórica magnífica y de mostrarnos una entereza moral que, efectivamente, queda en la robustez de la piedra.
El libro lo completan unas páginas sobre María Zambrano que llegó muy niña a Segovia de la mano de su madre, maestra en las escuelas del Mercado y luego directora de las recién creadas Escuelas de Santa Eulalia y marchó con sus padres a Madrid en 1926. En Segovia fueron la escuela, el Instituto, su asistencia a las conferencias en la Universidad Popular, y, también, la gran amistad con Mariano Quintanilla, con Pablo de Andrés Cobos hasta impregnarse de la “segovianía” de la que habló este maestro de La Granja. Nos quedan “Segovia ausente”, los epistolarios con el propio Quintanilla, el muy largo (dieciséis años) con Cobos y su “Segovia: un lugar de la palabra”. En Segovia aprendió, junto a muchos de quienes forman parte de este libro, las bases de la que sería pronto, en el temprano México, su “razón poética”, un modelo de razón que mostrara la riqueza del ser humano, razón, ciertamente, pero una razón que linda con esa poética machadiana que tan cercana tuvo durante esos años de su juventud. Sirvan estas palabras de recuerdo a Soledad de Andrés quien con sus hermanos ha mantenido el legado de su padre, testigo de aquella época.
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Concluyamos con la reflexión de la propia pensadora cuando, allá en 1961 escribió ese texto tantas veces citado: “Carta sobre el exilio”. Como se ha hablado y escrito tan negativamente de la memoria, escuchemos la reflexión de María Zambrano pues ella expresa el verdadero sentir de este libro que habla de personas que desde su estrella estarán complacidas de que guardemos su memoria en este templo de la lengua y la cultura que es el Instituto Cervantes:
Se teme de la memoria el que se presente para que reproduzca el pasado, es decir, algo de los pasado que no ha de volver a suceder. Y para que no suceda, se piensa que hay que olvidarlo. Hay que condenar lo pasado para que no vuelva a pasar. La verdad es todo lo contrario.
Lo pasado condenado –condenado a no pasar, a desvanecerse como si no hubiera existido– se convierte en un fantasma. Y los fantasmas, ya se sabe, vuelven. Solo no vuelve lo pasado rescatado, clarificado por la conciencia; lo pasado por donde ha salido una palabra de verdad. La historia que va a dar en verdad es la que no vuelve, la que no puede volver.
Este libro tiene como finalidad conocer bien una historia que no debe ser olvidada; todo lo contrario, comprender que es imprescindible incorporarla como parte de las entrañas, una vez bien conocida, es decir, clarificada por la conciencia. Solo así el olvido es creador como nos dejó dicho la propia Zambrano. Pues, como la propia pensadora concluyó: conviene no confundir esto con la desmemoria a la que a veces se nos invita.
José Luis Mora
Académico correspondiente de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
Universidad Autónoma de Madrid