La cocina y la despensa: “Creí mi hogar apagado”

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La segunda estancia del corredor es la cocina. Se entra a ella por una puerta baja y gruesa de cuarterones. Es un espacio pequeño pero acogedor, y cuenta con una ventana alargada por donde le entra una bonita luz. Es posible que llame la atención del visitante, cuando entra en ella, el olor a hierbas del campo. El subyugante aroma llega del espliego, el poleo, el cantueso, el tomillo o la mejorana que están colgados en la pared de la despensa. La despensa es un cuartucho al que se accede desde la cocina, con multitud de enseres, con su tinajero y sus cántaras, su viejo brasero, sus vasares con latas antiguas para guardar especias, y hasta con sus guindillas colgadas.

La cocina y la despensa parecen un pequeño museo etnológico de la vida española en las primeras décadas del siglo XX.

Todo en la cocina parece marcar el tiempo. El calendario colgado de la pared (de la Librería- Papelería-Imprenta segoviana “Herranz”) se quedó mostrando indefinidamente la hoja de febrero de 1941; y es curioso que esté señalado con un círculo azul el día 22, fecha del segundo aniversario de la muerte de Antonio Machado en Collioure.

Todo acaba de pasar y está casi pasando. Como si el profesor de francés que era Antonio Machado acabara de regresar del instituto, hubiera colgado en el perchero del recibidor su gabán, y antes de ir a su cuarto a dejar sus libros y papeles, para reunirse con los otros huéspedes en el comedor, hubiera entrado un instante en la cocina, guiado por los vapores del guiso, y preguntase ahora mismo a doña Luisa con qué platos iba a obsequiarles hoy.