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Al ver la mesa del comedor rodeada con sus sillas de madera y chapa historiada, percibimos que compartir pensión es adentrarse en la vida social de un país o una ciudad. Por eso muchos novelistas de la época eligieron hábilmente el pupilaje como centro estructural de sus narraciones.
Los huéspedes que Antonio Machado encontró a su llegada a Segovia en 1919 fueron Francisco Romero, profesor de matemáticas de la Escuela Normal de Maestros, y cofundador con Machado de la Universidad Popular; Luis Recuero (en la alcoba previa a la suya), topógrafo del Catastro, viudo como Machado, y con hijos en Madrid; y Eduardo González de Andrés, ingeniero. ¡Qué interesantes conversaciones se entablarían en la comida!
A estos compañeros dedicará poemas espléndidos el poeta, tal vez los más entrañables escritos en la ciudad, si exceptuamos los de Guiomar. Al marchar de Segovia Eduardo González de Andrés, Antonio Machado escribirá su “Canción de despedida”. Para Francisco Romero escribe un bonito epitalamio o canto de bodas (“Bodas de Francisco Romero”).
Más tarde, hacia el año 1926 o 27, compartieron también mesa y pupilaje con el poeta don Avelino García-Cañedo, Carlos José González Bueno (don Pablo en el ambiente familiar), y en fecha aún posterior, dos hijos artilleros del general Pozas; y el pintor Cristóbal Ruiz, a quien Machado encontró “en la calle”, “vagabundeando”, y le invitó al hospedaje durante unos días.
Es precisamente González Bueno quien afirma que Antonio Machado se hizo “ambidextro” en el comedor de la pensión, “porque mientras comía con una mano, alternaba con la otra bajo el muslo para resistir el frío”. También nos cuenta que nunca el poeta se levantaba el primero de la mesa; nos refiere su miedo atroz a los perros; que nunca hablaba de mujeres, y que siempre tenía que prestarle el impermeable, cuando llovía, porque él no tenía.
El comedor es una pieza muy luminosa, porque le entra la luz por dos balcones a ambos lados. Por el norte (de ahí su frialdad), da al lado del Eresma; por él se alcanzan a ver las lastras de Zamarramala y los altos de El Parral. Por el sur, con la luz más cálida, se encuentra la vista con el entramado urbano de tejados y patios, entre los que sobresale aquí o allá algún castaño, como el del patio trasero de la Casa-Museo. La torre de la catedral se alza frontalmente en su enigmática esbeltez.
El comedor tiene el suelo de tarima, y su decoración y muebles son propios de la época: las alacenas para la vajilla, el aguamanil estilo chinesco, el latón de la Última Cena del Señor, el reloj de pared, el espejo ovalado, algunos cuadros de estilo romántico, un cliché de Benito de Frutos, con el cartel conmemorativo del tercer centenario de la coronación de la Virgen de la Fuencisla en 1916…
Sin embargo, los dos interesantes óleos que flanquean la entrada a la habitación dedicada a la Universidad Popular no estaban allí en tiempos de Machado. Fueron colocados por iniciativa de don Luis Felipe de Peñalosa, académico de San Quirce y conservador de la casa en los años 60 y 70. Peñalosa desarrolló la idea de ir adquiriendo y exponiendo en la Casa-Museo obras pictóricas que evocaran los versos de Antonio Machado.
Así, el óleo de Eugenio de la Torre (“Torreagero”), titulado “La Mujer Muerta. Guadarrama”, que data del año 1954, sirve para evocar los versos que el poeta dedicó a los jóvenes poetas vanguardistas que le visitaron desde Madrid en 1923. Por eso en la cartela aparece escrito un fragmento del poema:
En tren. Flor de verbasco.
Por donde el tren avanza, sierra augusta,
yo te sé peña a peña y rama a rama;
conozco el agrio olor de tu romero,
vi la amarilla flor de tu retama;
los cantuesos morados, los jarales
blancos de primavera…
La obra de “Torreagero”, con una paleta de colores muy viva, y unos trazos seguros de una rotunda expresividad, representa en primer término el valle de Tejadilla. Al fondo, elevando su poderosa silueta pétrea, se alza la Mujer Muerta, ese monte tan popular de Segovia, y a cuya falda transita todavía hoy la línea férrea tradicional del ferrocarril de Madrid a Segovia, que cruza el Guadarrama.
El otro óleo del comedor es obra de Emilio Navarro Plaza y se titula “Segovia. Calle de Perocota y acueducto”. Data del año 1932, el último que el poeta residió en el hospedaje. En su cartela puede leerse:
El acueducto romano
-canta una voz de mi tierra-
y el querer que nos tenemos,
chiquilla, ¡vaya firmeza!
En efecto, el centro de la tabla es el Acueducto, golpeado frontalmente por una luz intensamente amarilla, también presente en otras zonas de la obra, por ejemplo, el pavimento de la calle, en el primer plano, con una entrada quebrada que culmina detrás de la pareja de novios que se dirigen hacia el observador, y que tal vez hizo pensar a Peñalosa en la oportunidad de la obra, en relación evocadora de los versos de Machado.
Conversación, camaradería, encuentro, la vida cotidiana y sus tareas…: todas esas realidades han quedado flotando en el ambiente de este comedor, al que parece ser que nunca faltó Antonio Machado, ni a comer ni a cenar, si estaba en Segovia, excepto a la cena del día que invitó a Miguel de Unamuno a pronunciar su conferencia en la Universidad Popular, en 1922.