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Esta era la habitación de Luis Recuero, el guitarrista viudo que trabajaba como topógrafo en el catastro. Algunas señales en la tarima son testigos de las patas de su cama. Para poder acceder Machado a su cuarto debía atravesar el de su compañero con la consecuente incomodidad que supondría. La tradición del hospedaje ha salvado la anécdota de que, además, Recuero sufría insomnio, y para sobrellevarlo, le pedía a Antonio Machado que le recitara sus versos.
Sorprenderá al viajero la elevada concentración de retratos y fotografías del poeta que se muestran en esta sala. Tanto es así, que podría llamarse Sala de los retratos. Sus diversas miradas, casi todas disparadas al centro del cuarto, parecen indicarnos que nos estamos acercando al “sancta sanctorum” de la Casa-Museo, es decir, al cuarto del poeta.
Dos motivos más llaman la atención del visitante en esta pinacoteca machadiana, no siendo obras de arte: una es la carta manuscrita que le escribió el poeta en 1932, desde Madrid a doña Luisa, su patrona, para que ordenara con cuidado, y sin que se perdieran, los papeles de su mesa; y para anunciarle que él volvería para recoger sus últimas pertenencias, dejadas en la pensión por la premura del viaje. Más allá de la petición práctica, esta carta, colgada ante la puerta de entrada a su dormitorio, simboliza su despedida, ya para siempre, de doña Luisa.
El otro motivo es el libro de firmas, dispuesto en una mesa, bajo la litografía de Picasso. Esta es la última habitación por la que puede deambular el viajero, ya que a la alcoba del poeta no se puede acceder por motivos de conservación.
El visitante ha llegado al final de la visita. Y antes de volver sobre sus pasos y abandonar la Casa-Museo, se le invita a que exprese en el libro, de su puño y letra y libremente, lo que le haya suscitado la experiencia.