«Enrique IV fue un rey pacifista, bondadoso y clemente»

«Siempre ha sido considerado un rey débil que no quería reinar, huraño y apartado de todos, pero yo he querido acercarme a él desde un punto de vista humano, teniendo en cuenta la enfermedad que padeció y los terribles acontecimientos que marcaron su existencia», ha dicho este viernes, 28 de marzo, la historiadora del arte Pilar Fernández Vinuesa, que ha impartido la lección titulada Entre la leyenda y la historia: una nueva visión de Enrique IV de Castilla, en el marco del XLVI Curso de Historia de Segovia, que organiza la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce en colaboración con la Asociación Camino del Asombro.

Fernández Vinuesa puso el acento humano sobre un rey tradicionalmente relegado, a la sombra de su hermanastra Isabel la Católica, y estigmatizado por la historiografía como débil, misántropo e incapaz.

La historiadora se desmarcó de los clichés que han perseguido a Enrique IV y abordó su figura en relación con el contexto político y la figuras que lo rodearon, desde sus progenitores hasta los nobles que tanta influencia tuvieron en su destino.

La enfermedad de Enrique IV es «clave» para entender su comportamiento y el trato que recibió. Basándose en estudios como los de Gregorio Marañón y, especialmente, en el trabajo de Teresa Tuñón, especialista en anatomía patológica, la historiadora dijo que el rey pudo sufrir el síndrome de McCune-Albright, condición que explicaría muchas de sus características físicas y los problemas de salud que arrastraba. «Tenía acromegalia, enfermedad de la hipófisis que genera un exceso de hormona del crecimiento. Era altísimo, medía 1,80 metros, con manos y pies enormes, cifosis, litiasis renal y problemas endocrinos». Estas anomalías físicas, sumadas a su prognatismo, oligodoncia (falta de dientes) y un rostro que describió como «un poema», lo convirtieron en blanco de burlas y calumnias.

Para Fernández Vinuesa, Enrique IV fue un rey «pacifista, bondadoso y clemente», y siempre estuvo rodeado de adversarios y traiciones. Igualmente defendió su legado en Segovia y relacionó su supuesta impotencia con la enfermedad. «¿Realmente fue el padre de Juana? Yo lo creo, porque no hay pruebas concluyentes de lo contrario», afirmó.

En la conferencia, que tuvo lugar en un Aula de San Quirce nuevamente abarrotada de público, estaba prevista la participación del arqueólogo Víctor Gibello Bravo, pero no pudo asistir por enfermedad. En su lugar intervino Juan Ayres, presidente de la Asociación Camino del Asombro, que reflexionó sobre la Damnatio Memoriae, la condena al olvido que han sufrido ciertos personajes históricos, de Akenatón a Trotsky, y en la que Enrique IV ocupa un lugar singular. «Es un caso atípico: su momia fue descubierta dos veces, en 1613 y en 1945, y en ambas ocasiones volvió a caer en el olvido», señaló Ayres.

La conferencia dejó patente que Enrique IV fue una figura compleja, marcada por el dolor, la enfermedad y un contexto político hostil. Su historia, entre la leyenda y la realidad, sigue viva en el debate seis siglos después e invita a una revisión que rescate su memoria del olvido al que fue condenado.